Cottbus,
Alemania, Noviembre 13 de 2016, 4:36am, -7°C, madrugada de un “otoño” extremo
que se prepara para recibir a un invierno, el cual según los expertos, será el
más frío de los últimos 100 años. Me despierto y no puedo volver a dormir,
quizás debido el festín de cerveza alemana y comida italiana de la noche anterior, tomo mi celular, reviso mis
redes sociales y chequeo el clima para el resto del día, ritual típico al
despertar en pleno siglo XXI, me dispongo a responder a los mensajes de mi
familia y amigos en Colombia con quienes hablo a diario.
Este
es el momento donde la diferencia horaria entre Europa y América conviene más
para hablar, en América están yendo a la cama mientras que en Europa estamos
empezando el día siguiente, como ahora la cama es el sitio número uno para
estar revisando el móvil, siempre queda tiempo para unos textos al terminar y
empezar el día; entre dichos mensajes, le respondo a un viejo amigo, de hecho uno
de mis mejores amigos, amistad ya de 10 años si mi memoria no me falla, con él siempre
he tenido la oportunidad de tener todo tipo de conversaciones, política, sexo,
religión, comida, viajes, estudios y por supuesto relaciones amorosas, el pan
de cada día: el amor y la infidelidad.
Mi
amigo, detrás de su fachada de hombre relajado, es hombre de leer libros de
psicología, biología y de cómo hacerse rico a los 20 años, es el tipo de
hombre, además de mi pareja obviamente, a quien consulto bastante acerca de
cotidianidades de la vida, en su mayoría esas cosas incomodas de preguntar a
los padres porque se sabe que detrás de ello vendrá una reflexión personal o
clase de religión, ética y moral, la cual tardará por lo menos 45 minutos;
aunque en ocasiones son necesarias dichas clases, porque preguntarle a tus
amigos o pareja, quienes son contemporáneos a ti en edad, acerca de la vida, es
algo así como: un ciego, siendo guiado por un sordo, que recibe indicaciones de
un mudo.
Desde
nuestros locos años de secundaria, siempre hemos tenido la discusión de la
infidelidad y el amor verdadero, lo chistoso del asunto es que éramos niños de
17 años que creíamos tener el mundo en las manos y saber todo acerca de
relaciones amorosas; por un lado estaba el bando de los románticos, católicos,
extremistas, ahí me incluyo yo, quienes fuimos criados con ese ideal de
fidelidad y lealtad absoluta al punto de criminalizar un simple saludo con una
persona que se sentía atraída por uno pero no era ni la pareja ni la persona
con la cual salía, también debo agregar que dicho bando cristianizaba el sexo
como el acto social más extraño y para rematar estaba la formación católica que
recibíamos en el colegio.
Por
otro lado, estaba el bando de los libertinos, “fuck boys” y “open minded”,
quienes vivían su sexualidad abiertamente y se daban el lujo de experimentar
sexualmente con quien quisieran, tenían pareja pero no era un problema hablar
con otras personas por las cuales se sentían atraídos, disfrutar de un coqueteo
constante, el “sexting”, etcétera, etcétera; a este bando pertenecían incluso mujeres,
quienes lastimosamente por la sociedad machista y retrograda en la que vivimos,
eran tildadas de “perras”.
Después
de casi 5 a 7 años de aquella época de hormonas locas, entrar a la universidad,
irnos a otras ciudades o incluso algunos nos fuimos del país por un tiempo y de
haber vivido un poco más, nos encontramos de nuevo y las discusiones ahora nos
arrastran hacia nuevas conclusiones, en lo personal después de un año en Europa
y relacionarme con tantas culturas y mentalidades diferentes mi forma de pensar
es más abierta.
En
primera instancia, llamar “perra” a un mujer que vive su sexualidad
abiertamente, de la manera en la que lo hace un hombre, es un acto ridículo, el
hombre que se acuesta con muchas mujeres, sale con varias a la vez y es infiel,
es un tipo cool y lo que muchos quisieran llegar a ser, pero cuando una mujer
hace lo mismo, la tildan de “perra”; después de que las mujeres fueron
oprimidas por tanto tiempo como seres sexuales, e incluso hay países donde todavía
lo hacen en pleno 2016, debemos empezar a reconocerlas como seres libres de
vivir el sexo como les plazca.
En
segundo lugar, la fidelidad es además de una imposición social, una convicción
personal, la sociedad señala a los infieles pero es decisión personal serlo o
no, el ser humano es ambicioso por naturaleza, siempre a pesar de tener la
pareja perfecta, estamos mirando otras personas en la calle o coqueteando
cuando se nos da la oportunidad, esto es un proceso completamente natural y
normal; por cuestiones de autoestima y biología, la necesidad de sentirnos
admirados y ver que aún hay más personas atraídas por uno es un hecho
placentero, la clave está en aprender identificar esto como cosas pasajeras, la
estabilidad de una relación duradera es a la larga más confortante en
comparación a dichos placeres momentáneos, es divertido ver que alguien nos
coquetea en la calle, pero llegar a casa, ver a tu pareja esperando con comida
caliente, su buena compañía e ir juntos a la cama para ver televisión hasta
quedar dormidos también es divertido.
Por
otro lado, hay quienes les funciona la inestabilidad, rotación de pareja o
relaciones libres, contrario al punto anterior, hay personas quienes les gusta
no tener relaciones estable y en cambio vivir de encuentros cortos, ya sea para
tener simplemente sexo, ver una película o cenar sin necesidad de ninguna
atadura o como ellos lo llaman: encadenarse a una sola persona. No es deber de
nosotros juzgar a quienes llevan este tipo de vida o criminalizar sus acciones
solo porque nuestra cotidianidad se acomode más a la monogamia y estabilidad;
lo importante cuando se llevan relaciones libres o abiertas, es tener los
acuerdos claros desde el inicio, ambas partes deben estar enteradas de la
situación y desde que ambos estén felices con ello, no hay ningún problema.
Finalmente
los bandos de la secundaria pueden
mezclar sus ideas, vuelvo a hablar con mi amigo de estos temas, después de que
ambos hayamos vivido muchas más experiencias que cuando teníamos 17 años, he
notado en él rasgos de monogamia y romanticismo, y en contraste a esto, aquellos
quienes éramos más conservadores y tradicionales somos actualmente más “open
minded” respecto a estas ideas las cuales anteriormente nos escandalizaban.